CÓMO EDUCAR A UN HIJO ÚNICO DENTRO DE LOS VALORES ÉTICOS Y CRISTIANOS


Un hogar feliz es aquel en el que existe coincidencia de criterios, donde los padres practican los mismos principios y tienen las mismas aspiraciones,  donde se esfuerzan por encaminar a sus hijos por la senda del bien, a través del ejemplo personal,  de su  formación religiosa  y la práctica de las virtudes humanas.

No se puede exigir a los hijos aquello que no se practica.  Ellos son el espejo de lo que viven, de lo que ven y lo que hacen sus progenitores en la vida diaria.

Existe la creencia de que cuando una familia tiene un solo hijo, éste necesariamente tiene que ser mimado, consentido y sobreprotegido.  Por experiencia propia, pues Dios me regaló un hijo único, que es mi orgullo y mi alegría, me atrevo a decir que eso no es verdad.  Uno o varios hijos, requieren la misma formación, amor si, y mucho, pero matizado con exigencia, disciplina, horarios y cumplimiento de sus responsabilidades.

Es necesario también desde pequeños hablarles de Dios, orar junto a ellos, bendecir la mesa y según van creciendo inculcarles la costumbre de asistir a Misa, hablarles de los Mandamientos y además permitir que ellos sean los promotores de estos hábitos cristianos dentro del hogar. 

Los hijos, son lo más preciado que otorga Dios a las familias, por lo que es nuestro deber como padres cuidarlos, atender sus necesidades básicas, apoyarles a fin de que vayan desarrollando su personalidad,   la seguridad en sí mismos  y también su visión de futuro.

Eso implica, acompañarles en su camino, pero no querer vivir sus vidas.  Durante su niñez, naturalmente habrá que estar pendientes de su salud, de su alimentación, de su desarrollo escolar, su seguridad y de su bienestar; sin embargo, cuando van creciendo, debemos permitir que tomen sus propias decisiones, que se equivoquen y rectifiquen, comprobando con satisfacción  que ya está fructificando dentro de ellos la semilla del bien, sembrada en el hogar.

La adolescencia es una etapa de transformación en los hijos, que requiere mucha paciencia, tolerancia y compromiso por parte de la familia, donde ya  no se aceptan las “órdenes superiores”, por lo que es imprescindible transformar los sermones en conversaciones, las recriminaciones en consejos y sobre todo otorgarles el crédito que merecen, pues se encuentran en una etapa de reafirmación de su personalidad, de su definición como seres pensantes e independientes, a quienes hay que acompañarles en un camino paralelo, discreto, y dejarles que levanten  el vuelo, protegidos por los valores  adquiridos, que serán su fortaleza para desenvolverse frente al gran mundo que se expande ante sus ojos y que espera de él un desempeño positivo para bien de la sociedad.

Los principios éticos, morales y cristianos que los hijos aprenden desde su infancia, quedarán en su memoria y recurrirán a ellos cuando tengan que afrontar por si mismos las diversas situaciones a las que les enfrenta sus nuevas y personales vivencias. 

Me ratifico, no hay por qué sobreproteger al hijo único, pues él igual que los demás tendrá que abrirse paso solo y responder positivamente ante las demandas y competencias grupales para ocupar un lugar dentro de la comunidad.

R.G.

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